Otros dos restaurants célebres bajan la persiana

Una parrilla y un prestigioso restaurant francés acaban de tirar la toalla.

Discretamente y sin hacer ruido, cerró Las Nazarenas, asador criollo y parrilla del barrio de Retiro, propiedad de la familia Barbería, inaugurado en 1981. Este lugar, que supo albergar una multitud de comensales, se encuentra tapiado a cal y canto; es que la pandemia y la situación económica le dieron un golpe de nocaut.

El establecimiento fue construido sobre el solar del antiguo hotel Apolo, y tenía capacidad para 280 cubiertos distribuidos en dos pisos. Se caracterizaba por las arañas de hierro forjado, los arreos de campo y las antiguas sillas de cuero repujado, estilo castellano; tanto les gustaron las sillas a los capitostes del Citibank que compraron algunos ejemplares para llevar al directorio del banco en los Estados Unidos.

No son las únicas curiosidades en la historia de la malograda parrilla: otra anécdota interesante fue que, en 1982, en la mesa número trece, estuvieron reunidos el secretario de Estado de los EEUU, Alexander Haig, con el canciller Nicanor Costa Méndez. Ambos buscaron a contrarreloj una fórmula que asegure una tregua entre la Argentina e Inglaterra, justo el día antes del hundimiento del crucero General Belgrano, tragedia que imposibilitó una salida diplomática.

Y si bien se comían buenos bifes de novillo criado a pasto y asados al carbón, la estrella de la casa era el asador que se veía desde la calle, un auténtico ruedo alimentado a quebracho que prendían a las nueve de la mañana para asar vacío, lechón y chivito. Una pena que no abra más sus puertas. Los comensales corporativos y los vecinos de Retiro lo extrañaran.

Otra baja reciente y notable es la de Fleur de Sel, que abrió sus puertas por última vez para la noche de San Valentín. Y más penoso aún es que era uno de los pocos exponentes de la haute cuisine que quedaban en esta Buenos Aires jibarizada gastronómicamente.

Se trataba de un restaurant que estaba, literalmente, en Pampa y la vía, Belgrano Era conducido por Jean-Baptiste Pilou, cocinero formado en el Lycée Hotelier, con experiencia en Guy Savoy y en el Relais Louis XIII. Al galo lo secundaba su mujer, la salteña Valentina Avecilla, talentosa chef patissier con experiencia en instituciones como Pierre Hermé. Ambos hacían de la buena cocina un culto, apoyados en un menú por pasos que cambiaban con regularidad.

Contaban con un encantador salón con capacidad para 30 cubiertos. En los comienzos la idea de ambos era hacer algo de muy buen nivel a precios accesibles, es decir, de óptima relación entre calidad y precio. Después, la inflación los movió de esa zona de confort y la pandemia, sumada a la mala performance crónica de la economía argentina, los decidió a cerrar su restaurant y buscar nuevos horizontes. De hecho, tienen planeado partir en breve para Nueva Zelanda, donde sin duda su talento será muy apreciado.

En este comienzo de año, a pesar de una aparentemente tibia recuperación económica, lo cierto es que la lista de restaurantes que arrojan la toalla va “in crescendo”, situación lamentable para restauradores y comensales.

¿Pudiste conocer alguno de estos dos templos culinarios?


Author: Cucinare

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