Puerto Madero: la zona que recuperaron los vecinos gracias a la cuarentena

La ausencia absoluta de turistas modificó la fisonomía de uno de los barrios más lujosos de Buenos Aires.

Por Alejandro Maglione

Quien más, quien menos, varios lectores del Cucinare han podido viajar a París, previo paso obligado por Miami y Disneyworld: pocos salen del país por primera vez y eligen París como su destino turístico de debutante.

Estos turistas de una ciudad visitada por 20 millones de turistas al año (28% de italianos más 19% de japoneses y 16% de españoles al 2019, a los que hay que sumar los norteamericanos, británicos, chinos y latinoamericanos) han visto que los parisinos entregan literalmente barrios enteros a los viajeros que los visitan. Ingresos por más de u$s 20.000 millones de dólares al año justifican semejante “sacrificio”.

Un ejemplo parisino es visitar la iglesia del Sacre Coeur ubicada sobre la colina de Montmartre, desde cuyas escalinatas se obtienen unas de las mejores fotos de París visto desde arriba, sumado a que allí nomás, a la vuelta, está la encantadora Place du Tertre, repleta de bares y restaurants, pintores y retratistas, que esperan ansiosamente a sus clientes extranjeros.

Los parisinos saben que detrás de la famosa iglesia se encuentra el único viñedo que existe dentro de la ciudad de París. Un rincón encantador, donde los muy conocedores van a leer un libro y disfrutar de la vista del París al otro lado, es un espacio particularmente silencioso. Ciertamente no es para todos.

Los porteños, por nuestra parte, aprendimos a convivir durante los últimos años con la abundante corriente de turismo que nos ha estado visitando y comprendimos que uno de los precios a pagar era “entregar” determinados barrios comportándonos como buenos anfitriones.

Sin duda, uno de estos barrios ha sido Puerto Madero donde, entre otras cosas, se asentó mucha de la mejor gastronomía de nuestra ciudad.

Todo iba sobre ruedas hasta que… ¡apareció el coronavirus! Como toda la gastronomía de la ciudad, los bares y restaurants debieron cerrar sus puertas y quedarse a la espera de que se les permitiera abrir. El momento llegó en las primeras horas de septiembre y solo 15 de los 43 establecimientos reabrieron sus puertas.

Entonces, constataron lo que todos sabían: los turistas extranjeros habían desaparecido, como los comensales que venían de los congresos y ferias que se organizaban en hoteles de la zona, sumado a no pocos clientes que proveían las empresas radicadas en los viejos docks reciclados.

Los sufridos comerciantes del barrio ya habían pasado por ese cruce del desierto que significaron los 28 meses de obras del Paseo del Bajo, que transformó la zona en un verdadero pandemónium difícil de transitar y, peor aún, sin lugares donde pudieran estacionar los clientes. Fue una pesadilla comercial.

La inevitable lentitud de respuesta del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (GCBA), que apelaba a la paciencia de los empresarios gastronómicos, recordándoles que el turismo seguiría aportando clientes, con lo que, apenas cubrían sus altos costos fijos en alquileres, personal y una carga fiscal impiadosa.

Luego de aquella experiencia, ahora con la cuarentena la autoridades también se toman sus tiempos, y siguen pensando si considera “intemperie” o “aire libre” a los salones de enormes ventanales, que abiertos permiten que circule generosamente la brisa que viene del río.

A veces no se dan cuenta de que cada “día de reflexión” de los funcionarios respectivos, el negocio se hunde un poco más en el pantano en que los ha colocado la maldita pandemia, acercándolos cerrar por asfixia financiera.

En este contexto, el mensaje para los porteños es que vayan a aprovechar este barrio que ha sido “recuperado” por bastante tiempo, desgraciadamente, para uso de los vecinos. Van encontrarse con la posibilidad de sentarse del lado de la vereda del sol o de la sombra (los adultos mayores recordamos que en avenidas comerciales como la Santa Fe, según la época del año, vendían más los comercios del lado del sol o de la sombra). Todos los espacios públicos impecablemente cuidados.

Las vistas son realmente espectaculares, infrecuentes para los vecinos de Caballito, Flores, Palermo o Villa Crespo. La cercanía del río. Almorzar con la Corbeta Uruguay fondeada casi al alcance de la mano, convertida además en museo, que antes o después de un almuerzo se puede visitar. Caminar por ese paisaje, sabiendo que se está en uno de los lugares más seguros de Buenos Aires. Tomar un café aprovechando sacarnos la cara de encierro que nos legó la cuarentena. Y decenas de posibilidades más a disfrutar.

Puerto Madero, cuando se hizo, fue un orgullo para los habitantes de la ciudad. Los turistas lo adoran y adoran invadirlo cuando nos visitan. Hasta tanto esos días felices vuelvan, que habrán de volver, debemos darnos el gusto de ir a comer, pasear o tomar algo, sobre todo, teniendo en cuenta que esos comerciantes nos precisan para estar vivos cuando soplen los buenos vientos, siguiendo dando trabajo a cientos de personas que lo precisan.

Eso sí, amigos de la gastronomía, no se olviden de avisarnos quienes están abiertos y en qué días y horarios; cuéntennos de los precios amigables; de las medidas de sanidad que han implementado (almorcé en un lugar en que los cubiertos y las servilletas de papel venían en bolsas selladas al vacío), si hay que ir con reserva o no; qué menús nos esperan; si tienen estacionamiento. Dígannos que nos encanta escucharlos: “Vengan, que nosotros los cuidamos”.

Por unos meses ¡Puerto Madero es nuestro! 


Author: Alejandro

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