¡Socorro! Los menús vienen en código QR

Un poco de piedad con los cortos de vista, por favor. Y una propuesta para respetar el protocolo pero poder leer sin problemas las cartas.

Por Alejandro Maglione

Allá lejos y en el tiempo, en filosofía se enseñaba el “Principio de Alteridad” que venía del latín “altero”, que significa “el otro”. Pensar en el otro, que en este caso remite al concepto del cliente en un restaurant.

La pandemia vino y, por ahora, cambió muchos de los hábitos gastronómicos. Estos cambios, en algunos casos, fueron reglamentados por algún funcionario público que, probablemente, no se trate de un experto en la gestión de negocios gastronómicos.

En esas garras reglamentadoras, cayó el redactar la norma que establece que el menú, ahora, debe leerse a través de un código QR que se encuentra sobre las mesas de los establecimientos y así evitar los contagios.

¿Qué es lo no previsto por el anónimo funcionario o funcionaria? Que no todos los “adultos mayores” hemos asimilado los constantes cambios tecnológicos que se producen casi a diario. Para centennials y millennials es casi natural vivir en un casi permanente cambio, acción que suelen denominar “actualizarse”.

Un adulto mayor, que pasó velozmente los 60 años, es posible que recuerde que en su infancia uno de los primeros avances tecnológicos fue la aparición del tubo fluorescente, con sus adelantos en cuanto a bajo consumo eléctrico y el no producir calor, ya que se trataba de “luz fría”.

Los televisores, como las radios, había que esperar que se “calentaran”, hasta que no llegó el transistor, el encendido era lento. Sus primeros años fueron sin licuadoras. Los tranvías y los trolleybuses (trolebús en versión castellana) rodaban por las calles. Los departamentos se vendían con o sin línea telefónica, porque la espera por una línea nueva podía demorar más de 10 años.

Esta falta se paliaba con la amistad del dueño de un bar u otro comercio aledaño, que amablemente recibía los llamados de algunos vecinos, que pacientemente anotaba en un cuaderno para pasarlos apenas apareciera el destinatario o alguno de sus hijos para preguntar.

Los años pasaron y los adultos mayores, la “gente grande” como diría Mirtha Legrand, fuimos adaptándonos sin prisa y sin pausa. Vimos desaparecer los teléfonos públicos al aparecer por causa de los celulares. Apareció Internet y con ellas las computadoras que rápidamente se fueron incorporando a nuestra vida, haciendo que desaparecieran las máquinas de escribir de la vida de los que las usaban para trabajar.

Antes del código QR, hubo un restaurant al que fuimos con el recordado Fernando Vidal Buzzi, donde la característica era el que se comía a “un tercio” de luz, porque ni siquiera era “media luz” como recuerda el tango. El menú no se veía en la romántica penumbra y prestaban una suerte de linternitas para poder leerlo (el principio de alteridad masacrado).

Peor aún, los platos traían nombres “sugerentes” y había preguntarle al mozo de qué se trataban. Así, sucedió que hubo que preguntarle a un mozo alto, con puños del tamaño de una pelota de fútbol, en qué consistía el plato: “Tus labios carmesíes me llaman a devorarlos de un beso”. El profesional descubría el misterio con tono indiferente y correcto: “Se trata de tallarines con salsa fileto…”.

Entonces, llegamos al código QR de la actualidad para la lectura de los menús. Puede suceder que usted no tiene celular y si lo tiene no se le ocurrió cargar la aplicación de lectura del dichoso código, simplemente porque jamás la precisó como cientos de otras aplicaciones que están disponibles (hay una maravillosa para identificar plantas o flores con solo sacarles una foto). Entonces, se acerca el mozo y con gran diligencia pone a su disposición su propio celular.

Milagrosamente aparece en la pantalla algo escrito en un tipo de letra minúsculo, imposible de leer. Entonces el mozo o moza, por qué no, le indica que agrande lo escrito “haciendo así” con los dedos. Usted “hace así” y aparece una letra legible pero… pero, que le muestra parcialmente el contenido, entonces viene la aventura de deslizar para aquí y para allá para poder leer el plato, para luego irse bien a la derecha para poder conocer el precio. En resumen: un engorro.

A todo esto, tanto la plaquita donde está el código, como el celular salvador, obviamente no están desinfectados, lo que nos lleva a pensar: ¿y si ponen el menú en esas páginas archivadoras de plástico transparente y cada vez que lo entregan a un cliente le pasan un práctico trapito con desinfectante?

Además, como está previsto el frasquito de alcohol en gel en la mesa, no hay drama: lee, elige, ordena y antes de tocarse la cara (no sé, antes de la pandemia no me pareció que la gente fuera por la vida tocándose la cara) desinfecta por enésima vez sus manos y listo.

Es bravo este asunto del pensar en el otro. Desafortunadamente, la pandemia demostró que es un principio bastante ausente de los planificadores-ordenadores. Por eso, pensando en los lectores, es bueno decirles: ¡Feliz Año Nuevo para todos! Recordando algo que los adultos mayores sabemos bien: siempre que llovió paró… y sino, pregúntele a Noé…


Author: Alejandro

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