Vino argentino: las bodegas, más divididas que unidas, enfrentan una oportunidad histórica para el comercio exterior

Los incendios en California y decisiones de Trump y Putin ponen a la industria vitivinícola local frente a una chance única. ¿La aprovecharemos?

Por Alejandro Maglione

De tanto en tanto, los planetas se alinean y crean condiciones excepcionales que benefician a alguna actividad, región o país.
Esta vez le toca al vino argentino encontrarse con un escenario comercial realmente inédito, que exige moverse rápida y mancomunadamente.

Los expertos en materia de vino saben que la región de Napa Valley en California, es la región de producción de los mejores vinos del mundo. Actualmente, vemos en la televisión escenas de los incendios atroces y descontrolados que están asolando aquella región estadounidense, destruyendo vidas y bienes a mansalva.

En ese contexto trágico, los viñateros de la región han resuelto dar por perdida buena parte de la cosecha, porque el humo que se instaló en el aire, terminó por darle un ahumado desagradable a sus uvas. Al humo, se le sumó que no pudieron llegar los cosechadores peregrinos que suelen venir de México: el Covid-19, a su manera, también afectó el mundo del vino.

En el pasado, los norteamericanos recurrían a los excelentes vinos europeos para abastecer su mercado. Pero hay otro planeta que se alinea: el señor Donald Trump ha aplicado sanciones arancelarias a los Unión Europea, bolsa en la que cayeron los productores de vino españoles, franceses, italianos, etc.

Rusia, por su parte, ha sido un histórico importador de vino a granel proveniente de la Argentina, entre otros países. Se supone que mucho de ese vino se destinaba a la producción de vodka. Pero resulta que hay una decisión del gobierno de ese país por incrementar la importación de vinos embotellados, para volcar la balanza del consumo de bebidas alcohólicas hacia bebidas con menor tenor alcohólico, como es el caso del vino frente al vodka.

Si a esto se le añade la depreciación obstinada del peso frente al dólar, terminamos teniendo una alineación de oportunidades comerciales como pocas veces en nuestra historia.

Mientras tanto, nuestra industria vitivinícola atraviesa por un proceso de división de esfuerzos que deberían ser compartidos para comercializar nuestros vinos en el exterior, como nunca se había visto.

En 1985, siendo secretario de Comercio de la Nación Roberto Lavagna, un subsecretario del área logró reunir a un grupo de bodegueros para ver si podían aunar criterios acerca del destino de un fondo al que aportaban los elaboradores de vino, que en aquellos años representaban algo así como 12 millones de dólares al año. El desacuerdo histórico hacía que año a año ese dinero no fuera utilizado y se perdiera en el barril sin fondo de “Rentas Generales”.

Lideró la convocatoria uno de los entonces dueños de la Bodega Norton, Ricardo Santos, que acercó a esa reunión a unos 10 bodegueros. El funcionario convocante agradeció porque todo había resultado estupendamente. Sin embargo, a eso de las 5 pm lo llamó a Santos para expresarle su desazón: en el transcurso de la tarde, lo habían llamado la mayor parte de los asistentes para expresarle que le agradecían las buenas intenciones pero que se resistían a trabajar juntos con tal o cual colega que había estado presente en aquella reunión.

La historia pareciera repetirse. Los bodegueros participan en organizaciones como Wines of Argentina, específica para el comercio exterior, pero también cuentan con Bodegas de Argentina, que ha revigorizado una comisión que deberá dirigir su mirada hacia el mercado internacional.

Atrás no se queda la COVIAR (Corporación Vitivinícola Argentina), organización que, además se nutre de los fondos que colecta el gobierno por cada litro de vino vendido. Es decir, una notoria dispersión de esfuerzos, que en su raíz muestran que las diferencias personales están por encima de las organizaciones.

Entonces, temas anexos como el costo absurdo de la logística en el país, los gravámenes a las exportaciones, el abordaje de acciones de promoción en el exterior y un largo etcétera que necesitan de un esfuerzo mancomunado pierden potencia por la dispersión. Los funcionarios públicos que deben ocuparse del tema reciben propuestas diversas y hasta a veces contradictorias, que los desorientan e inmovilizan.

Argentina participa en un 3% del mercado internacional del vino. Chile de un 6%. Algunos bodegueros nacionales dicen que se han distraído del mercado externo por la favorable evolución que tuvo este año el mercado interno. Estancarse en esta idea sería una torpeza.

No se puede derrochar el impulso que tuvo el comercio exterior entre los años 2001 y 2019, que pasó de u$s 140 millones a u$s 918 millones en el 2012, para amesetarse en u$s 800 millones hasta el 2019. Está todo dado para que haya un nuevo salto exponencial y trabajar en pos de un objetivo que para 2030 nos encuentre exportando u$s 2.000 millones.

Como dato de color, en el Brasil se está formando la ADOVA (Amigos Do Vinho Argentino), que está buscando superar la traba que ellos perciben de no tener una organización con la que interactuar para desarrollar un esfuerzo, en un mercado que hoy representa un 7,1% de nuestras exportaciones.

Albert Einstein dijo alguna vez: “Solo hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana, pero de la primera no estoy seguro”. Oportunidades como las de ahora no se dan todos los días, ¡argentinos, a las cosas!


Author: Alejandro

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