Esta práctica no tiene nada que ver con el Día de Todos los Muertos que cada año se celebra en México. Porque por más que consista en enterrar botellas de vino llenas, no tiene como fin ningún tipo de homenaje a los difuntos. Por más que se lo conozca como “vino de los muertos”, el origen y el objetivo son muy distintos.
Esta tradición nació en Portugal a principios del siglo XIX y, como Brasil era colonia portuguesa, llegó a esas tierras junto con los colonos. En realidad, la costumbre de enterrar las botellas se inició cuando Napoleón Bonaparte invadió la Península Ibérica y los portugueses enterraron todo lo que tenían de valor para evitar los saqueos, entre ellos sus vinos.
Pero un viticultor brasileño se enteró de esta costumbre y decidió revivirla para atraer a los turistas. Olivardo Saqui es el “recuperador” de esta tradición abandonada, y en su finca de la región de San Roque (cerca de San Pablo) recibe hasta 5.000 visitantes cada fin de semana.
Junto a ellos, realiza la ceremonia del “entierro” de las botellas, en las que cada una está numerada para identificar a su propietario. Los turistas pueden participar de la vendimia, y vuelven 6 meses más tarde para desenterrar las botellas en la Fiesta de San Martín, “para celebrar y agradecer a la tierra”.
Según Saqui, esta costumbre le da a sus vinos un sabor “diferente, más suave y con cuerpo, elementos que sólo el entierro puede dar porque tiene la temperatura estable y la oscuridad del suelo”.
El viticultor desentierra cada año unas 7.200 botellas, que vende cada una a 19 dólares. En su finca produce dos variedades tintas, Cabernet Sauvignon y Bordot.
¿Pagarías por tener tu botella de vino numerada y desenterrada?
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