Sobre la pizza no hay ninguna duda respecto de su origen, y lo mismo se podría decir sobre las empanadas. Pero sobre las papas fritas, hace mucho tiempo que no hay acuerdo entre franceses y belgas respecto de dónde nacieron, por más que ambos países son vecinos. Y este es un tema de orgullo nacional a ambos lados de la frontera.
Para empezar, el Museo de la Papa Frita está en territorio belga, en Brujas, y es el gobierno belga el que reclama ante la UNESCO (el organismo de las Naciones Unidas encargado de la educación, la ciencia y la cultura) que se le reconozca su paternidad. El desafío no es menor, porque implica muchos millones de euros de ingresos turísticos para el país que logre conseguir ese galardón.
Los franceses también defienden lo suyo y se consideran con leve ventaja porque en Estados Unidos se conoce a las papas fritas como french fries (papas francesas). Sin embargo, una investigación de la Universidad de Lieja (Bélgica) parece tener la clave del origen: los habitantes de la ciudad belga de Namur solían cocinar el pescado frito, pero el invierno de 1680, en que el río que atraviesa la localidad se congeló, se decidieron a reemplazarlo por papas.
Quienes refutan esta teoría sostienen que el tubérculo, originario de América, llegó a la región hacia 1735, lo que desmonta la versión universitaria. Son franceses que afirman que las papas fritas nacieron en París luego de la Revolución de 1789, y que fueron vendedores callejeros quienes las pusieron de moda.
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