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Se recibió de analista de Sistemas, tomó cursos de cocina cuando fue madre y ahora tiene su propio local de pastelería artesanal

Analía Romero se enamoró de los macarons y desde ese momento nunca volvió a trabajar de su profesión.

Entre las historias motivantes que se encuentran en la gastronomía, están las conversiones profesionales. Es el caso de la talentosa Isabel Vermal, ejecutiva de Marketing devenida en insigne pastelera, o el de Guillermo Blumenkamp, que dejó una auspiciosa carrera en una multinacional para dedicarse a la barra con su prestigioso Doppelgänger, y también el de Analía Romero, analista de sistemas que optó por dedicarse a la pastelería, su verdadera pasión.

Analía es oriunda de La Rioja, pero desde niña vive en Córdoba. “A los veintiún años ya era licenciada en Sistemas, fue una carrera precoz. Allí conocí a mi marido y me dediqué a mi profesión durante varios años”, cuenta la profesional a Cucinare.

De chica, en casa se cocinaba mucho, incluso hacíamos un triple festejo de cumpleaños, porque mi hermana melliza y mi madre cumplimos el mismo día. Entonces, había que cocinar, y siempre fue un placer”, afirma la pastelera.

Después vino la maternidad y Analía decidió poner el acento en la crianza de sus hijos, motivo por el cual bajó la intensidad de su trabajo. “Por suerte fue algo que nos pudimos permitir. Durante ese lapso, tomé muchos cursos y clases de cocina, ya que el trabajo de madre, entre otras cosas demanda cocinar. Y además era un hobby que disfrutaba”, cuenta Romero.

Después agrega: “Cuando los chicos crecieron, seguí mi instinto. Volver a mi anterior trabajo no era una opción, así que estudié pastelería profesional en 2013 y en febrero de 2014 abrí mi cocina en el garage de casa. También en esa época conocí los macarons, unos “alfajorcitos”, decían, que son muy difíciles de hacer. Me encantaron desde el primer momento, y hoy es una de mis especialidades, pero me costaron sangre, sudor y lágrimas”, concluye Romero.

En 2018 Analía puso su propia pastelería en el barrio de Las Rosas, ciudad de Córdoba. Pero no lleva su apellido, sino que se llama Anna Salas, en honor a su abuela, que ofició como musa inspiradora de la ascendente pastelera.

Allí trabaja junto a Adrián Haehmel, su marido, quien se encarga de la administración del negocio. ¿Cuáles son las especialidades? Obviamente, los macarons, pero también hay muy buenas minicakes, postres de vitrina y tortas de diseño.

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