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Café instantáneo: breve reseña de un producto tan amado como odiado

Un invento que te saca de apuro pero que irrita a los puristas de la infusión más famosa.

Hay un importante nicho de fanáticos que evitan molinillos y cafés de especialidad. Son los resolutivos que por las mañanas adoran mezclar su café en polvo con el azúcar, revolverlo con la cucharita y finalmente agregar agua caliente para así lograr la ansiada espuma.

Este pequeño placer se lo deben a un conjunto de mentes que crearon el café instantáneo, una historia que merece ser contada.

Se dice que la primera versión experimental del café instantáneo se inventó en Gran Bretaña, en el año 1771, aunque hay consenso de que en 1853, año de la batalla de Caseros, los estadounidenses desarrollaron una versión superadora durante la Guerra de Secesión. Las guerras siempre fueron un buen trampolín para la industria alimentaria.

Pero fue en 1890 cuando un tal David Strang, oriundo de Invercargill, Nueva Zelanda, inventó y patentó el café instantáneo. Once años después, en 1901, el japonés Sartori Kato logró la primera técnica exitosa para fabricar un producto en polvo estable, quien utilizó un proceso que había desarrollado para hacer té instantáneo.

Sin embargo, la producción masiva del producto se realizó en 1910, en los Estados Unidos, gracias a George Constant Louis Washington, pero al público le resultaba un producto mayormente desagradable. En 1938, Nescafé se convirtió en la marca más popular al secar el extracto de café junto con una cantidad igual de carbohidratos solubles que mejoraron el sabor.

Si bien fue un avance tecnológico en la industria del café, esas primeras versiones no eran fácilmente solubles y estaban lejos de tener un sabor óptimo. A pesar de ello, estos problemas no impidieron que el café instantáneo se hiciera popular durante la Segunda Guerra Mundial, ya que a los soldados estadounidenses les servía hacerse de una taza de café bajo cualquier circunstancia. La creciente demanda también promovió el crecimiento de granos Robusta, más baratos para el uso en mezclas de café instantáneo.

En los años 1960, algunos fabricantes comenzaron a agregar aceites de granos de café fresco con, el objeto de conservar el aroma del café original. De esa manera, los clientes captaban el aroma del café al abrir el paquete de café, pero tan pronto como el café instantáneo se mezclaba con agua o leche, el aroma desaparecía.

La solución para conservar el sabor llegó de la mano de la liofilización, que surgió en los años 1960. Y en la década de 1990, en parte debido a la mejora en la conservación y comercialización del café molido, y el auge de cafeterías y cafeteras, el consumo de café instantáneo descendió. Por suerte, con el comienzo del milenio logró recuperar el espacio perdido debido a mejoras en el producto.

Actualmente, los frascos de café instantáneo están presentes tanto en la góndola del hipermercado más grande hasta en el más modesto almacén. Y la gente, pese a los puristas, sigue batiendo la cucharilla en el fondo de la taza…

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