Suena a ciencia ficción, pero ya es una realidad. Uno de los problemas de la pasta seca es su volumen.
Basta ver el espacio que ocupa una bolsa de fusilli, nido de cabellos de ángel, penne rigatte y demás pastas de formas atractivas y caprichosas.
Si uno presta atención, cuando se compra el paquete, salvo que uno apueste por linguini o spaghetti, lo que está llevando es demasiado volumen.
Pero eso está cambiando, porque un equipo de investigación dirigido por el Morphing Matter Lab, de la Carnegie Mellon University, desarrolló un sistema por el cual una pasta de aspecto plano, cuando se comienza a cocer, adquiere las tradicionales formas que uno conoce.
Como si se retorcieran al contacto con el agua y terminaran teniendo el aspecto familiar al cual el consumidor está acostumbrado.
¿Cómo lo logran? Básicamente, emplean una receta de pasta tradicional de harina de sémola y agua, y posteriormente estampan mecánicamente surcos y ranuras en la masa de pasta plana, que forman patrones que reaccionan con el agua caliente de cocción, creando formas como tubos, espirales y ondas.
De esta forma, se ahorra en transporte, ya que permite una estiba óptima, y genera una menor huella de carbono porque requiere menos viajes para trasladarla.
Claro, el proceso de compra quizás no sea tan visualmente atractivo, pero los beneficios justifican llevar adelante esta invención.
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