Oasis, atardeceres oníricos, camellos… Son imágenes asociadas a los dátiles, ese fruto arábigo, producto de las palmeras datileras.
Durante siglos constituyó uno de los alimentos básicos del Magreb y buena parte de la cuenca del Mediterráneo Oriental (no por nada se lo conoce como “el árbol de la vida).
Es que estos pueblos nómadas que poblaban el desierto se alimentaban básicamente de los productos lácteos de sus camellos y cabras, algo de carne y dátiles.
Es un producto con muchos siglos sobre su espalda, ya que los atenienses importaban dátiles de Fenicia, en el siglo V a. de C. y Roma, por su parte, cuando se anexiona Egipto y Arabia, los incorpora en sus preparaciones más suntuarias.
En la India, según cuenta Arrio, la casta de los brahmanes “no consumen más que frutas y cortezas, tan perfumadas y nutritivas como los dátiles”.
En la Argentina, se importan unas 70 toneladas por año, aproximadamente, casi todas de la variedad Medjool, de color café violáceo, una de las más preciadas por su sabor extremadamente dulce, su textura tierna y blanda, como si fuera una golosina natural.
Pero dado que es un artículo que se paga en divisas, sería un acierto crear emprendimientos locales que apunten a reemplazar los dátiles foráneos.
De hecho, el más antiguo data de 1925, cuando Alberto Breyer trajo a La Rioja semillas de palmeras datileras luego de un viaje por África.
Y si bien esta finca quebró hace unos años, la coyuntura actual presenta oportunidades para el desarrollo de datileras locales.
Gastronómicamente, se come solo (en pasa), o se emplea en postres y repostería.
También se pueden rellenar, y se llevan bien con las aves, cordero, panceta, queso crema, cuajada, yogur, limón, naranjas, nueces, pan dulce y chocolate. Además, sirven para hacer chutney.
A nivel nutricional, es una importante fuente de zinc, potasio, calcio, hierro y magnesio, así como de vitamina E, provitamina A y ácido fólico, y destaca por su contenido en fibra e hidratos de carbono.
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