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Murió Carlos Sosto, fundador del mítico restaurante porteño donde los clientes comían lo que él decidía

El Tano atendía Guido’s Bar sin preguntarle nada a los comensales y bajaba a la mesa los platos que salían de la cocina.

El mundo gastronómico porteño está de luto por la muerte de Carlos Sosto, el italiano que había llegado a Buenos Aires y fundó un mítico restaurante de la zona de Palermo, llamado Guido´s Bar, por el nombre de uno de sus hijos.

La singularidad del local del Tano no pasaba por una propuesta gastronómica rebuscada sino por el aura, estilo e impronta que supo imprimir a su boliche, ubicado sobre República de la India, frente al viejo zoológico porteño.

Sosto montó una suerte de club, donde los habitués, como si fuera un rito pagano, se sometían a los designios que les preparaba el restaurador en el local.

La gracia del asunto pasaba por realizar un salto de fe y entregarse a las sugerencias del dueño, que llevaba a la mesa lo que le venía en gana. Y lo mismo hacía con la cuenta, apenas trazada a birome sobre el mantel de papel.

“Es que la gente suele no entender un 80% de lo que tiene en la carta. No lo entiende y no lo come. Si les das un menú, terminan eligiendo lo mismo”, contaba Sosto a La Nación en 2022.

Por sus mesas pasaron personalidades varias, como Diego Torres, Guillermo Cóppola, Graciela Borges, el Indio Solari, Gastón Gaudio, Joaquín Sabina, Marcelo Tinelli, Palito Ortega y muchas celebridades más.

El restauante cerró en 2022, pero ya Sosto se había retirado durante la pandemia.

En el recuerdo de sus clientes quedará el soberbio antipasto que se servía en Guido’s. Otros clásicos de la carta eran la pizza de rúcula y una burrata de muzzarella de búfala, servida con pesto y tomates confitados, humeantes porciones de penne rigate con tomates secos, tomates concassé y salsa de tomates, pulpetines mixtos (de carne vacuna y cerdo), páprika y rúcula, deliciosos risottos, todo ultra casero.

Además, había platos fuertes legendarios, como sorrentinos de cordero braseado, orecchiette al pomodoro, los famosos maccheronni Carmela, parrilladas de pescado y muchas recetas familiares más, todo servido entre las estrechas mesas de la pintoresca cantina, por las que Sosto deambulaba como en casa, interactuando con su clientela. El flan y el tiramisú eran excelentes.

La comida llegaba en tandas hasta que uno decía basta, seguida por la invariable cuenta que armaba Sosto, en ocasiones un poco arbitraria, pero siempre con enorme simpatía. Un clásico al que se lo va a extrañar.

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