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El restaurante secreto del Teatro Colón que elabora su menú en sintonía con las diferentes óperas

El Pasaje de los Carruajes ofrece una carta temática vinculada a los espectáculos de la cartelera del gran coliseo argentino.

Uno de los inconvenientes que encuentran los habitués del Teatro Colón es dónde ir a comer después de las funciones. Con una Buenos Aires que cierra más temprano que hace tres décadas atrás, son pocos los restaurantes que tiene abiertos los salones en horarios avanzados.

Es por eso que el Pasaje de los Carruajes, el lugar que une las calles Tucumán y Sarmiento, y que cruza las entrañas del gran coliseo argentino, cuenta con una propuesta gastronómica original, temática y de calidad.

La idea es convocar a los asistentes con un menú alusivo a la ópera o ballet que van a presenciar, de forma que se puedan recrear una vivencia gastronómica a partir del espectáculo vivido. 

El responsable creativo es el chef Gastón Storace, nacido en Montevideo y con gran experiencia profesional en el exterior, hoy al servicio del Grupo L, concesionario del Teatro Colón.

La temporada comenzó con Carmen. El menú tuvo claras alusiones a España, más particularmente a Sevilla; fue una cocina de raigambre mediterránea, muy cromático, de tierra y mar.

Le siguió Turandot, con una propuesta interactiva de impronta asiática, como un atún tataki marinado en salsa de ostras y demás ingredientes. La carta jugó con enigmas, tal como hacía la princesa, ya que los comensales se encontraban, por ejemplo, con una galleta de la fortuna.

La última ópera fue El Cónsul, una tragedia que narra las desventuras de John Sorel, un perseguido político y las complejas gestiones de su mujer en una sede diplomática para huir a un país libre. En esa ocasión, se presentó un menú de cuatro pasos, obra de Storace, que comenzó con un cocktail con base de vodka, un sour mix y un float de Malbec.

En materia de bebidas le siguió un assamblage de uvas blancas (Chenin Blanc, Viognier y Chardonnay), de Casa Herrero, y el tercer paso un Petit Caro, bivarietal al base de Malbec y Cabernet Sauvigon. Al cierre hubo un espumante, un Nature de La Posta.

El segundo paso fue una manteca saborizada de hongos con polvo de cenizas y un pan trenzado, una alegoría al cruce de caminos, a la persecución de Sorel, algo que se ve patente en la obra.

Storace concibió platos que se puedan comer rápido, ya que el cónsul era una persona que estaba urgida a partir; el nombre elocuente por demás, elegido para ese paso fue Sueños de Libertad.

A continuación, sirvieron otro plato llamado Archivos, en alusión la cantidad de papeles que habitualmente circulan en un consulado: unas crackers con semillas que emulan documentos consulares, a base de chia, lino, quinoa, arroz y mandioca, acompañado de hummus, salmón ahumado y encurtidos de cebolla.

Luego se sirvió es un híbrido entre un boeuf bourgignon y goulash, porque si bien no se sabe exactamente dónde se desarrolló la obra, está la certeza de que sucedió en Europa, y de esta forma se cubrió tanto la gastronomía del Este como del Oeste del continente.

Finalmente, el postre Sin tiempo ni espacio fue un domo de chocolate, con tres tipos de chocolate (en su mayoría black 70%), bastante intenso y profunda, bañado con manteca de cacao y chocolate blanco.

Para Aurora, la ópera que estrena el 24 de septiembre, se viene un menú de enfoque nacional, inspirado en la cocina de la inmigración, la cocina ítalo-española que bajó de los barcos.

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