Cada 18 de agosto, el mundo del vino levanta sus copas para honrar al Pinot Noir, una de las variedades más antiguas y emblemáticas de la viticultura. Originaria de Borgoña, en Francia, esta uva ha recorrido un camino de más de dos milenios, conquistando regiones y paladares hasta encontrar, en Argentina, un territorio fértil para desplegar su elegancia.
Su nombre, que significa “pino negro” en francés, alude tanto a la forma compacta de sus racimos como a la tonalidad profunda de sus bayas.
En la actualidad, según datos del Instituto Nacional de Vitivinicultura, la cepa ocupa 1.936 hectáreas distribuidas en 16 provincias, con Mendoza a la cabeza, seguida por Neuquén y Río Negro.
Aunque representa apenas un 1% del total de vid del país, su valor en el mercado internacional es notable: es el varietal argentino con mejor precio promedio de exportación, casi duplicando a otros. En 2024, la producción creció un 15,7% respecto al año anterior, con el Valle de Uco y la Patagonia como epicentros de calidad.
La bodega Cuchillo de Palo, por ejemplo, reafirma la vitalidad de esta cepa en el panorama vitivinícola argentino con el lanzamiento de dos nuevas etiquetas provenientes de Vistaflores, Valle de Uco. Se trata de dos Pinot Noir 2023 que, si bien nacen de un mismo viñedo a 1.054 metros de altitud, expresan dos enfoques diferentes sobre la variedad: uno más introspectivo y complejo, otro más joven y descontracturado.
Por un lado, Cuchillo de Palo Pinot Noir traduce una mirada precisa y sensible sobre el terroir, con crianza artesanal y un perfil elegante, especiado y profundo. Por el otro, Casa de Herrero Pinot Noir ofrece una versión vibrante y accesible, ideal para momentos informales, con notas florales, taninos suaves y acidez refrescante.
En Argentina, desde las alturas de la Cordillera hasta las llanuras patagónicas, esta cepa confirma que la elegancia, cuando se cultiva con cuidado, encuentra siempre su mejor expresión en la copa.
Y hay dos restaurantes que le prestan atención a esta uva. Por un lado, Casa Cavia (Cavia 2985, Palermo) cuenta con más de 10 etiquetas de Pinot Noir, una cepa que, según Delvis Huck, head sommelier de la casa, vive un momento de creciente valoración en Argentina.
“Además del Malbec y quizás del Cabernet Franc, hoy la gente también toma vinos ligeros y el Pinot es una opción muy buscada. En una primera etapa, los Pinot Noir que se elaboraban en Argentina eran súper ligeros, con taninos muy bajos; en los últimos años surgió otro panorama, con ejemplares que suman un poco más de estructura. Por supuesto, nunca tendrán la de un Cabernet Sauvignon, pero dentro del mundo Pinot hoy hay diversidad: algunos con más contacto con madera, otros jóvenes y frutados, e incluso perfiles más terrosos. Los productores buscan distintas extracciones y estructuras, conservando la fruta y mostrando nuevas facetas. Hay para elegir y eso es lo que me parece más interesante”, detalla Delvis.
Por su parte, Elías Aguilar Ruiz, sommelier de Madre Rojas (Rojas 1600, Villa Crespo), aporta su mirada: “Probablemente lo más interesante del Pinot Noir en el presente es que abrió al público al mundo de los tintos ligeros. Y ahí sí es donde patea el tablero”.
En esa línea, su creciente presencia en etiquetas de pequeños y medianos productores de todo el país confirma su relevancia tanto como cepa enológica como fenómeno cultural. En Madre Rojas el Pinot Noir encuentra su lugar ideal: en una mesa donde conviven texturas, acideces y productos diversos. Marida muy bien, por ejemplo, con el pincho de wagyu con salsa demiyaki, ponzu casera y yema cruda.
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