Así nació la pizza de cancha, el clásico que convirtió a Angelín en un verdadero emblema de la gastronomía porteña

Visitamos la pizzería donde surgió la idea de no usar queso y vender las porciones en las canchas de fútbol.

En Buenos Aires hay pizzas que se cuentan como leyendas, y una de ellas tiene nombre propio: Angelín. Fundada en 1938 en Villa Crespo, es la cuna de la famosa pizza de cancha, una creación humilde y deliciosa que nació de una necesidad y terminó marcando a generaciones enteras de porteños.

La historia empezó con Angelín, un inmigrante italiano que llegó a Buenos Aires en la década del 30 y decidió seguir el oficio que conocía desde su tierra natal: el de panadero. Por aquellos años, el queso era un lujo, así que improvisó una versión sin muzzarella, generosa en salsa de tomates bien condimentada.

Angelín cocinaba en cantidad, las dejaba enfriar para poder encimarlas en una gran pila que luego salía a vender en su bicicleta en distintas canchas de la ciudad.

El éxito fue tan inmediato que, en 1936, abrió su propio local, chiquito, donde empezaría la leyenda. A los dos años se agrandó y abrió, a su lado, el local en Av. Córdoba al 5200 donde hoy sigue funcionando la mítica pizzería.

Con el tiempo, el legado pasó a manos de Oscar, un chico del orfanato vecino al que el propio Angelín decidió adoptar. A los ocho años ya ayudaba como bachero, y antes de cumplir veinte tomó las riendas del negocio por la muerte de Oscar.

Actualmente, sus nietos, Ramiro y Lucas Pintos, son la tercera generación al frente del horno, guardianes de una receta que no admite atajos ni modernizaciones innecesarias.

Cómo se hace la pizza de cancha de Angelín

La pizza de cancha de Angelín sigue saliendo del mismo horno a leña, con la misma harina y una salsa de tomate que se prepara en dos tandas, cada día, con la misma paciencia de siempre. La pizza se prepara en un molde de 16 porciones, se hornea sobre brasa entre 5 a 7 minutos, y se le da un toque final de horno con aceite de oliva. 

Entre las miles de anécdotas que se fueron acumulando en tantos años de historia, hay una que se destaca por sobre el resto. En 1982, cuando Frank Sinatra visitó el país, probó una de las pizzas de Angelín y la disfrutó tanto que les hizo llegar una foto autografiada agradeciéndoles, que cuelga eternamente en una de las paredes del local.


Author: Cucinare

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