Nació en Europa, cruzó fronteras bajo distintos nombres y terminó encontrando en Argentina un hogar inesperado: la sopa inglesa es un postre que cuenta una historia larga, mestiza y profundamente bodegonera.
En las cartas clásicas de Buenos Aires -esas que abrazan la nostalgia con flanes, sambayones generosos y copas heladas XL- este postre ocupa un lugar discreto pero inamovible, como un guiño a otra época.
Su origen más difundido la ubica en Italia, donde la zuppa inglese aparece documentada desde el siglo XVI. Se cree que nació en la región de Emilia-Romaña, inspirada en los trifles británicos que las familias nobles conocieron durante sus viajes.
Como todo clásico popular, sin embargo, su historia se fue reescribiendo en cada lugar: algunas versiones la vinculan a cocineras que recreaban postres extranjeros con lo que tenían a mano; otras, a banquetes donde se mezclaban recetas italianas con influencias inglesas. Lo cierto es que su espíritu siempre fue el mismo: capas, contraste, humedad, color.
La composición tradicional combina vainillas o pionono embebidos en algún licor (generalmente alchermes, aunque en Argentina se reemplaza por Oporto o vino dulce), crema pastelera de vainilla, crema pastelera de chocolate y, en algunas variantes, un toque de merengue o crema chantilly para equilibrar.
Es un postre de texturas superpuestas: suave, húmedo, ligeramente alcohólico y con un perfil antiguo que recuerda recetas de abuelas.
En los bodegones porteños se volvió un infaltable, aunque ya es más complicado conseguirla. Primero, porque es un postre rendidor y de presupuesto amable; segundo, porque su estética de capas brillantes funciona como una postal de otra época; y tercero, porque sintetiza muy bien el espíritu híbrido que define la mesa argentina, donde conviven las raíces italianas con una fuerte tradición local de postres de cuchara.
No es raro que en muchas casas de familia se prepare con atajos -licores más dulces, pionono comprado, cremas rápidas-, pero siempre con la misma intención: armar algo festivo sin complicarse demasiado.
En plena era de postres modernos y reducciones minimalistas, la sopa inglesa resiste como un clásico sentimental. Sobrevive porque es rica, sí, pero también porque habla de quiénes fuimos: un país que adoptó recetas del mundo, las reinterpretó sin culpa y las volvió propias.
Actualmente, algunas pizzerías la ofrecen en sus cartas de postres. Por ejemplo Burgio, que tiene a la sopa inglesa entre sus postres emblemáticos, o Pizzería José, en Villa Devoto.
También entre las confiterías más tradicionales se puede encontrar este clásico. La Pasta Frola solía ofrecerla a sus clientes.
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