El brunch vino para quedarse. Es un término inglés (unión de las palabras breakfast, desayuno, con lunch, almuerzo) que alude a una mezcla entre ambas comidas, ya que cuenta con elementos de las dos.
Y, como sucede con otras polémicas gourmet, divide la mesa entre los fanáticos y detractores de esta costumbre.
El origen del brunch está relacionado con la tradición británica de tomar un copioso desayuno. Para quienes les resultaba más cómodo sentarse a desayunar a media mañana, la solución pasó por juntar esta primera colación con el almuerzo, un hábito que terminó contando con cada vez más adeptos.
Son muchos los que lo aman, pero ciertamente hay gente a la que la idea de comer demasiado le resulta desagradable.
Estos son algunos de los argumentos que emplean los que lo rechazan:
#. Porque está de moda.
#. Porque se suele preparar con las sobras de la semana.
#. Porque es imposible de digerir (nadie en su sano juicio mezcla panqueques, huevos benedictinos, ensaladas, Bloody Mary y tortas dulces).
#. Porque es grosero, un homenaje al exceso.
#. Porque a ningún cocinero serio le gusta.
Y estos son los argumentos que esgrimen los que lo aman:
#. Porque está de moda.
#. Porque ayuda a combatir la resaca.
#. Porque se acostumbra a tomar los domingos y los horarios son flexibles.
#. Porque te ahorrás una comida (el desayuno o el almuerzo…).
#. Porque no tiene reglas y te da libertad de comer y mezclar lo que quieras.
#. Porque es abundante.
¿Y vos, qué pensás acerca del brunch?
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