El tenedor es un utensilio que nos resulta tan familiar que ni siquiera nos preguntamos de dónde viene o quién lo inventó. Hay un dato revelador: no siempre estuvo encima del mantel y es un invento mucho más reciente que el del cuchillo y la cuchara.
Es sabido que la princesa bizantina Teodora lo introdujo en Occidente en el siglo XI al casarse con el Dux Domenico Selvo. Era una auténtica rareza para la época, porque hasta ese entonces se comía con las manos, ayudado con un cuchillo. Al principio no tuvo la mejor imagen, porque la Iglesia lo consideraba un instrumento diabólico, propio de Satanás.
Según la enciclopedia Larousse Gastronomique, fue el rey Enrique III de Francia quien, en 1574, descubrió la utilización de este instrumento en la corte veneciana y lo llevó a su país, ya que entendió que el tenedor ayudaba a superar los cuellos altos con enormes encajes que se usaban en aquella época y dificultaban el proceso de comer.
Así fue cómo, en los siglos XVI y XVII, el tenedor se volvió una moda entre la nobleza. Era un elemento de uso personal, casi de orfebrería y se guardaba en un estuche. Con el paso del tiempo se fue popularizando entre las demás clases sociales.
Hasta el siglo XIX se empleaba el tenedor de tres púas. Sin embargo, parece ser que un panadero llamado Gennaro Spadiccini, al servicio del rey Fernando de Borbón y Dos Sicilias, le agregó una cuarta púa para que el monarca, fanático de la pasta asciutta (seca, en italiano), pudiera comerla con mayor facilidad durante los banquetes reales sin temor a ensuciarse.
¿Conocías su historia?
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