Es sabido que, cuando América fue conquistada por los españoles, éstos trajeron consigo todas sus costumbres, incluso las culinarias, pero también adoptaron algunas aprendidas en el Nuevo Mundo. Una de ellas fue la de beber chocolate, algo que probablemente haya sido Hernán Cortés el primer europeo en conocer de qué se trataba cuando el emperador azteca Moctezuma II le ofreció probarlo.
Luego, la tradición de tomar chocolate caliente se convirtió en un clásico del Río de la Plata colonial, e incluso el proceso político que llevó a la independencia de España fue mucho menos revolucionario de lo que se cree, ya que no fue capaz de romper con todas las tradiciones de la metrópoli, manteniendo la costumbre de beber chocolate entre las más difundidas.
Pero la preparación era todo un arte no apto para los ansiosos. Sin embargo, fue a principios del siglo XX, en la Argentina de la gran inmigración, que una empresa, El Águila, cuya marca aún sigue siendo líder, propuso las clásicas barritas de chocolate para subsanar esta espera y acelerar el proceso.
La barra creada por la empresa fundada por Abel Saint era sabrosa, nutritiva, accesible y se disolvía rápido, lo que convirtió al producto en un gran éxito inmediatamente. Los bares adoptaron las barritas de chocolate Águila para ofrecer la bebida en los vasos largos de vidrio con soporte de metal y cucharita larga, mientras que la empresa amplió su catálogo para ofrecer variedades en láminas y escamas que permitían que la bebida se preparara aún más rápido.
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