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Cuchillo y tenedor: así se empezaron a usar los cubiertos

Si en algo se diferencian los humanos de los animales es en este ritual. Razones de un hábito cotidiano.

Por Luis Lahitte

Nada más natural que sentarse a la mesa, colocar la servilleta en el regazo y tomar los cubiertos para comenzar un almuerzo o cena. ¿Realmente nada más natural? Porque el hábito tan incorporado de emplear cubiertos a la hora de comer tiene muchas cosas excepto ser natural.

Los homínidos, nómades por excelencia, empleaban las manos para comer. Incluso cuando posteriormente el género “homo”, descubrió los primeros ecofactos, como las piedras afiladas, las manos eran la principal herramienta para ingerir alimentos.

No es que el empleo de las manos sea algo retrógado o incorrecto, ya en Occidente muchos de los alimentos que uno come, lo sigue haciendo con las manos, como los espárragos. Y ni hablar de Oriente, donde en algunos países se utilizan los tres dedos de la mano derecha de forma regular, pero el hecho de emplear cubiertos es algo fascinante.

Intermediación

Hace más de 3.000 años que los chinos comen con palitos, mientras que los romanos en ocasiones usaban una cuchara. El tenedor llegó a Venecia gracias a Teodora, una princesa bizantina que lo trajo como una excentricidad, pero muy rápidamente se propagó por las cortes europeas, donde hasta ese momento se comía sólo con un cuchillo, ayudado de un pedazo de pan.

Pero es la introducción de los cubiertos y de las maneras de la mesa, al menos desde el punto de vista de un antropólogo estructuralista como Claude Levi Strauss, lo que nos hace profundamente humanos, ya que es allí donde se produce un divorcio con la naturaleza, donde se incorpora un objeto extraño, “un demiurgo” que opera entre el hombre y el alimento. No hay garras, ni fauces ni picos que intervienen el alimento de forma directa, sino que entran en juego unos instrumentos que hacen de puente, pero que también marcan una tajante separación, entre el hombre y la naturaleza. Es una manifestación de la cultura en el sentido auténtico de la palabra.

Diego Díaz Córdoba, antropólogo alimentario, tiene una visión más amplia: “El uso de instrumentos para comer no es patrimonio exclusivo del Homo Sapiens. Hay registros del Pleistoceno, de hace dos millones de años, donde homínidos como el Homo Erectus empleaban cuchillos de piedra, al igual que los Neanderthales. También los chimpancés emplean martillos de piedra para abrir nueces. Pero es muy cierto que el Homo Sapiens alcanzó un refinamiento extremo en la materia”, concluye el especialista.

Un paso más allá

Cuenta Enrique Murillo en referencia a los cubiertos que su uso va más allá de lo práctico ya que “en lo relativo a los alimentos, lo humano es, también, el salto de la necesidad al deseo. Se trata, precisamente, de establecer diferencias, categorías, clases, modas. De introducir belleza en lo útil y luego cambiar el concepto de lo bello con toda la frecuencia que nuestro ser inconstante nos exija. Y así ocurre con los instrumentos de la mesa, con los cubiertos, vajillas, vasos y copas, con las mantelerías”, es decir, hay una superación que va más allá de los instrumental. Acá entran en juego el arte, el capricho y lo superfluo, “la cola del pavo real”.

El punto álgido de esta manifestación se llevó a cabo en la belle époque (el “canto de cisne de la civilización occidental”). En las mesas acomodadas de los países “desarrollados” contaban con un exquisito ceremonial donde el comensal en cierta forma estaba condicionado, sino maniatado, a seguir escrupulosamente las reglas la etiqueta, so pena de “quedar excluido del juego”. Docenas de tenedores, cuchillos de distintas formas y tamaños, platos, platitos, pinzas y demás accesorios se disponían sobre el mantel cual ejército en formación.

La Rebelión

No fue casualidad la reacción del Movimiento Futurista, nacido en 1909 y encabezado por Filippo Tomasso Marinetti, autor de un Manifiesto que, en palabras de Sara Hidalgo, se “propuso renovar el arte culinario en todos sus frentes: desde los ingredientes utilizados y la preparación de los platillos, hasta el arreglo de la vajilla, y los hábitos en la mesa. Así, emprendieron una polémica batalla contra (…) el uso de los cubiertos (para estimular el “placer táctil prelabial”), contra la solemnidad en la mesa (transformando la “cotidianidad triste y mediocre” en una cita llena de absurdos y sorpresas)”. En síntesis, una verdadera reacción contra el acartonamiento impuesto por las generaciones previas, cuyas consecuencias se vieron casi de inmediato.

Hoy

¿Quién saca a relucir los cubiertos de la abuela? Ni siquiera aquel que los tiene. La idea de desempolvarlos, lustrarlos y disponerlos sobre la mesa es de por sí agotadora en una sociedad donde no hay tiempo para viejos rituales, donde lo que falta es tiempo. Y, ¡oh casualidad!, en una sociedad donde buena parte de los cubiertos son descartables, algo que hubiera sido sacrílego para los primeros Sapiens, acostumbrados a administrar la escasez. Basta con ir a un patio de comidas o pedir un delivery para comprobar este fenómeno. Afortunadamente, el movimiento ecologista dio el puntapié inicial para terminar con esta práctica malsana.

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