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La pizzería porteña que va rumbo a los 100 años, no tiene redes sociales y usa el mismo molde desde su fundación

Pirilo, que apuesta sólo por los gustos clásicos de pizza, cocina en los emblemáticos recipientes de 60 cm.

La pizza porteña es una institución gastronómica muy sólida que en los últimos años además ha sumado variantes antes poco o nada exploradas. Sin embargo, son los clásicos los que le siguen imprimiendo ese sello inconfundible a este clásico argentino.

En el corazón del barrio de San Telmo, justo en Defensa al 800 y a pasos de la Av. Independencia, hay un local que parece detenido en el tiempo. Se trata de Pirilo, una de las pizzerías más icónicas de Buenos Aires, donde las porciones se sirven al paso, el horno es a leña y no hay dudas sobre cómo se come: la fainá va arriba de la pizza.

Con 93 años de historia, Pirilo es mucho más que una pizzería. Es un emblema porteño, una postal viva del barrio y del estilo de pizza al molde que marcó a generaciones.

Fundada en 1932, el primer encargado fue un pariente de la familia Vizzari, conocido como Luigin. A su muerte, dos años después, tomó las riendas Juan Vizzari, apodado Pirilo, quien con apenas 17 años comenzó a trabajar en el negocio a pedido de una tía.

Desde entonces, el local quedó en manos de la familia y jamás cambió su estética ni su manera de hacer las cosas. Quien sostiene la tradición actualmente es Silvia Vizzari, más conocida como Pirila, hija de aquel joven que dio nombre al lugar.

Bajo su cuidado, la esencia de Pirilo permanece intacta: moldes de 60 centímetros como los que se usaban en las canchas, sabores sencillos y una lógica que no admite pretensiones.

Los gustos clásicos de Pirilo

Muzzarella, fugazza, fugazza con queso y anchoas. Y, por supuesto, la fainá, esa tarta de garbanzo que se sirve como escudo sabroso arriba de la pizza caliente. No hay sillas ni mesas, se pide en la barra y se come de pie, como dicta la costumbre. Los clientes se acomodan como pueden, en un ritual silencioso que se repite desde hace décadas.

Pirilo se esconde detrás de las carpas de la feria de San Telmo, que cada fin de semana transforma la calle Defensa en un corredor turístico y nostálgico. La calle misma, trazada en el siglo XVIII y renombrada en 1849 en homenaje a la defensa de la ciudad durante las invasiones inglesas, alberga uno de los patrimonios culinarios más queridos de Buenos Aires.

Sin delivery, sin redes sociales sofisticadas y sin concesiones a la modernidad, este pequeño local de San Telmo demuestra que cuando una fórmula es perfecta, no hace falta cambiarla.

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