En poco tiempo, una pequeña esquina vidriada en el barrio porteño de Núñez se convirtió en una parada obligada para los fanáticos de la buena pizza.
Con sólo cuatro variedades, una estética cuidada y una obsesión por la calidad, Kalis Pizza logró lo que muchos buscan durante años: identidad propia y una clientela fiel que no duda en hacer fila para conseguir una porción.
Por eso en un nuevo posteo de Cucinare Explora te vamos a contar el detrás de escena de esta pizzería que rompió todos los moldes para posicionarse entre las más visitadas de la ciudad.
Detrás del horno está Franco Kalifon, un panadero de oficio que ya había conquistado al público con sus panes blandos y fermentaciones largas. Con esa misma obsesión por la masa, encaró su proyecto pizzero bajo una premisa clara: hacer pocas cosas, pero hacerlas bien.
Así nació Kalis, una pizzería nocturna con alma de pop-up y espíritu neoyorquino que vende más de 700 porciones por noche.
En Kalis no hay mantelitos ni mozos. La experiencia empieza en la vereda, con el aroma saliendo desde el horno de alta temperatura (con piso de piedra) y una barra iluminada que enmarca la cocina.
Cada pizza se elabora sobre una base de masa aireada y crocante, resultado de fermentaciones precisas, y se cocina en apenas seis minutos. El resultado: porciones contundentes, equilibradas, con ingredientes frescos y combinaciones que sorprenden sin caer en lo pretencioso.
El menú es breve, pero cada opción merece su propio club de fans. La Rojita, con pomodoro italiano San Marzano, parmesano, oliva y albahaca, es la más simple y una buena puerta de entrada al universo Kalis.
La Cheese slice tiene la misma base y suma mozzarella, con el mismo espíritu clásico. La de pepperoni, elaborada con un embutido artesanal desarrollado junto al charcutero César Wilson Sagario, se corona con un toque de miel picante.
Pero la estrella indiscutida es la que lleva el nombre de la casa: la Kalis, con pomodoro, pesto, burrata, parmesano, zest de limón y miel. Un bocado que equilibra cremosidad, frescura y dulzor en una fórmula tan arriesgada como efectiva.
Para los que quieren más, el local acaba de sumar un dip de salsa ranch, una novedad que amplifica los sabores y que seguramente generará polémica entre los puristas de la pizza porteña. Y sí, cada porción cuesta alrededor de $ 6.500, pero no hay quien no salga convencido de que valió la pena.
“Kalis no busca etiquetas, busca sabor”, dice Kalifon, mientras despacha porciones con una velocidad que no sacrifica calidad. La magia, como siempre, está en la cocina.
Kalis Pizza abre sólo de noche, en la esquina de O’Higgins y Crisólogo Larralde. No necesita más para convertirse en un nuevo clásico.
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