Hay un ingrediente que suele descartarse directamente, pero que en las cocinas profesionales se cuida como si fuera oro líquido: el agua de cocción de la pasta. Esa que queda espesa, tibia, ligeramente salada y cargada de almidón, es una herramienta poderosa para transformar salsas, ajustar texturas y lograr platos que se sienten más redondos y cohesionados.
En tiempos en los que la gastronomía vuelve la mirada a lo esencial y al buen uso de los recursos, recuperar este líquido se convirtió en una práctica que combina técnica e intuición.
El uso más conocido es el de ligar salsas. Cuando se emulsiona el agua rica en almidón con grasas -manteca, aceite de oliva, crema- se genera esa textura sedosa que viste a los fideos sin que la salsa parezca pesada. Es la base de clásicos como el cacio e pepe, donde la mezcla justa entre queso pecorino, calor y agua de cocción crea una crema perfecta sin necesidad de agregar nada más.
Pero ese no es su único rol. En pastas con salsas más fluidas, una cucharada de agua sirve para regular densidades y evitar que la mezcla se corte o espese de más. También funciona como puente entre ingredientes: ayuda a integrar tomates frescos con aceite, verduras salteadas con manteca, o incluso mariscos con vino blanco.
En la panadería y la cocina casera, algunos cocineros aprovechan el agua almidonada para preparar masas más elásticas o sopas con mejor cuerpo, especialmente cuando se trabaja con caldos suaves que agradecen ese pequeño refuerzo. Incluso en cocciones rápidas -como terminar un risotto improvisado- unas cucharadas pueden aportar brillo y cohesión.
Otro uso menos conocido es en el remojo de legumbres. Incorporar un poco del agua de cocción ya fría de la pasta acelera la hidratación y ayuda a una mejor absorción de nutrientes, gracias a la presencia de sales y minerales que favorecen el intercambio. El resultado son garbanzos o porotos más tiernos y parejos, listos para cocinar sin tanta espera.
Incluso las verduras agradecen este recurso: al emplear esa agua para hervirlas, la cocción tiende a ser más uniforme y la textura final queda mejor definida. Zanahorias, brócoli, arvejas o papas se cocinan de manera más pareja y conservan un color más vivo.
En definitiva, lejos de ser un residuo, el agua de cocción es un recurso versátil, económico y técnico que puede mejorar preparaciones de formas sutiles pero notorias.
Recetarios, crónicas, atlas viajeros y manuales ilustrados. Propuestas distintas sobre un universo que nos fanatiza.
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