“Mi mejor recuerdo gastronómico fue una frutilla en el huerto de mi padre. La jornada había sido calurosa, un verano. Las frutillas estaban impregnadas de ese calor que quema los frutos hasta el corazón, donde son tibios. Las hojas no bastaban para hacer una sombra que los protegiera lo suficiente. Desprendí una de ellas. (…). Cuando me puse la frutilla en la boca, estaba fresca en su superficie y caliente en su alma, piel suave casi fría, carne temperada. Aplastada bajo mi paladar se convirtió en líquido que inundó mi lengua, mis mejillas, y luego descendió al fondo de mi garganta. Cerré los ojos. Mi padre estaba allí, a mi lado, trabajando la tierra, encorvado sobre el huerto. Durante un instante –una eternidad-, yo fui esa frutilla, un puro y simple sabor derramado en el universo y contenido en mi piel de niño. Con su ala, la felicidad me había rozado antes de partir a otra parte. Desde entonces acecho el retorno de ese ángel hedonista cuyas plumas y hálito tanto amé”.
Así narra el filósofo francés Michel Onfray sus recuerdos acerca de una frutilla. ¿Y por qué no debería recordarla así, si a fin de cuentas es una de las frutas más maravillosas que existen? Porque Eva debería haber tentado a Adán con voluptuosa una frutilla y no con una manzana…
Para alegría de muchos, ya comienzan a llegar las primeras frutillas a las verdulerías. Se caracterizan por ser plantas trepadoras que crecen en casi todas las zonas templadas y sus híbridos varían en tamaño y color, desde el escarlata hasta el rosáceo. Sus formas pueden ser cónicas, esféricas, ovaladas o de corazón. En la Argentina se producen principalmente 4 o 5 variedades californianas, como la San Andrea, Fortuna o Pájaro.
Entre los meses de octubre a diciembre se producen en las cercanías de Buenos Aires, y entre los meses de enero y marzo vienen de Mar del Plata, donde el clima es más fresco. En la Patagonia hay variedades silvestres, muy sabrosas pero de escasa comercialización.
Dice la autora Niki Segnit que “cuando están maduras, las frutillas frescas contienen una combinación de notas frutales, de caramelo y especias verdes. Algunas especies tienen un fuerte sabor a ananá tropical”. Su natural potencial en pastelería se logra cuando se la combina con azúcar y productos lácteos, aunque también se lleva bien con el yogur y los quesos frescos. Según el diccionario Larousse Gastronomique, aporta 40 kcal cada 100 gramos.
¿Cómo se eligen? Es necesario elegir las bayas firmes, jugosas y fragantes, con hojas bien verdes. Se guardan en un tupper sin aplastarlas, lavadas y secas, al fondo de la heladera.
¿Te gustan las frutillas?
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