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Slow Food, el movimiento que propone una pausa en medio de la vorágine

¿Es posible en el siglo XXI apelar a la filosofía del movimiento fundado por Carlo Petrini? Los desafíos que enfrenta.

En tiempos de vorágine y demandas inmediatas, hablar de lentitud es casi un contrasentido. Pero es justamente en tiempos de urgencias cuando se impone la reflexión, de poner el freno, hacer una introspección y ver cómo vive cada uno.

Es lo que propone Slow Food respecto de la cocina, movimiento internacional que se contrapone a la estandarización del gusto en la gastronomía, y promueve la difusión de una nueva filosofía que combina placer y conocimientos.

Slow Food está representado en todos los continentes para la salvaguarda de las tradiciones gastronómicas regionales, con sus productos y métodos de cultivo. El símbolo del Slow Food es el caracol, emblema y elogio de la lentitud.

El movimiento asevera que la vida moderna, el estrés, la falta de tiempo y una oferta inagotable de productos para nada saludables, han generado cambios de hábitos importantes en las personas que pueden perjudicar su salud, además de propugnar el placer de una dieta saludable en una clara contraposición a la popular comida rápida.

Otro de sus objetivos es educar a fin de lograr una cultura respecto de la alimentación a través de la formación de los sentidos mediante la degustación de los alimentos y del aprendizaje de las técnicas empleadas para la producción de los mismos. El movimiento también alerta sobre la desaparición de la biodiversidad y alienta el surgimiento de una “ecogastronomía” representada en la unión entre la alimentación, la producción sostenible de alimentos, el placer y la ética.

¿Cuáles son los desafíos a los que se enfrenta el movimiento?  Porque cuando Carlo Petrini, nacido en 1949, dio el puntapié inicial en 1986, el mundo era diferente al actual, época en la que no se hablaba de globalización, el calentamiento global no era un tema de actualidad, la preacariedad laboral no era la regla, no había tanta contaminación y el delivery estaba en pañales.

Al respecto, Santiago Abarca, expresidente de Slow Food Argentina, dijo para Cucinare que “Slow Food ya no es vanguardia; el concepto se instaló, hoy nadie se asusta o le llama la atención si hablás de orgánico, de biodinamia o de kilómetro cero. En ese entonces era revolucionario, pero hoy son temas establecidos”.

Cucinare también conversó con Odilia Kusmin, miembro de Slow Food, asesora y docente gastronómica, Comunidad Recetario Latinoamérica de Sabores del Arca y Pueblos Originarios, además de coordinadora en 14 países.

“A pesar de los tiempos que corren nosotros seguimos siendo un agente de cambio. Entre otras cosas luchamos para volver a la agricultura familiar y al mantenimiento de las semillas. ¿Qué consejos le damos al ciudadano de a pie, que vive en las grandes urbes? Por ejemplo, que haga el pan en casa una vez por mes y que lo congele, que haga su propio yogur, que compre en los mercados de productores (se consigue producto fresco, de 24 horas), que consuma frutas y verduras, que separe residuos y use el lavaplatos y el lavarropas, que consumen menos agua”, asegura la experta.

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