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Le sirvieron un bife de chorizo y se puso a llorar: la anécdota que revive la época de oro de la carne argentina

Un extranjero llegó al país luego de la Segunda Guerra Mundial y degustó un baby beef de un kilo.

Por Luis Lahitte

Como todo el mundo sabe, la marca distintiva de la cocina argentina en general y porteña en particular es la abundancia. Este fenómeno quizás sea una suerte de revancha de la inmigración, que luego de siglos de apremios logró hacer realidad la fantasía de una cocina sin límites ni ataduras.

Respecto de este tema, vale la pena narrar una anécdota que le sucedió a uno de los personajes encumbrados que llegaron a las orillas del Río de la Plata. El sujeto es cuestión era Edward Gardère, gran esgrimista francés que luego de la Segunda Guerra Mundial arribó al país en 1946, contratado como maestro de esgrima del Jockey Club.

Ya mayor, Gardère se sostenía con gallardía sobre sus muletas. Al francés lo caracterizaba una quijada prominente, chispeantes ojos azules y un proverbial sentido del humor. Una tarde relató a un grupo de amigos su llegada a Buenos Aires. Parece ser que el día que desembarcó, un conocido lo estaba esperando en el puerto y lo llevó a comer a La Cabaña, allá por la Av. Entre Ríos.

El anfitrión ordenó por él y al rato le acercaron una fuente con una colosal porción de carne. Era el Gran Baby Beef, un bife chorizo de un kilo en su mejor versión. El hombre quedó maravillado y con sus cubiertos tomó una pequeña porción esperando que el mozo se llevara el resto.

Cuando le explicaron que “eso” era solamente para él se quedó sin palabras. “Pensé que había entendido mal, así que volví a preguntar. Al principio creí que era una broma. No podía ser, si esa era la porción de carne vacuna que con suerte una familia consumía en un mes”, afirmó el esgrimista galo.

Cuando se dio cuenta de lo que sucedía, el campeón olímpico de Berlín 1936, condecorado con la Legión de Honor, se quebró y rompió en llanto. Después de tantos sufrimientos y necesidades por las que pasaron (y pasaban), sus compatriotas, semejante porción de carne para un solo individuo parecía una burla. El amigo, también francés, lo miró comprensivo, pero sin sorpresa y le dijo: “No te preocupes, cuando llegué a Buenos Aires también me trajeron acá y también me puse a llorar”.

Es que esa bacanal de carne era norma en la Argentina. Baste recordar que a principios del siglo XX en Sicilia se comían 6,5 kilos de carne roja per cápita por año, mientras que en la misma época un recién llegado recibía 500 gramos de carne vacuna diaria en el Hotel de Inmigrantes.

¿Alguna vez escuchaste hablar del ese baby beef?

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