Por qué no me gusta el Aperol Spritz

Sin grises, el autor de la nota argumenta contra el cocktail y se pregunta por qué esta combinación triunfa en las barras.

Por Luis Lahitte

Para cualquier amante de las barras, es gratificante ver el crecimiento que tuvo la coctelería argentina en lo que va del siglo, tanto en cantidad como en calidad.

Bartenders y camareros se han formado y son mucho más profesionales que años atrás. A pesar de las restricciones la importación, aparecieron nuevos productos (muchos muy dignos de factura nacional), y las propuestas de bares se han multiplicado en todos los barrios y ciudades.

Entre la creciente oferta de tragos, es loable ver cómo se han sofisticado los gin tonics (cada vez aparece una marca nueva), las variaciones del negroni y la multiplicación de los sour, sólo por mencionar algunas tendencias.

Pero también hizo pie en el paladar nacional una preparación a mi juicio poco feliz: el Aperol Spritz. Y digo poco feliz porque, más allá del juicio que le merezca a uno el balón de hielo con espumoso y agua gasificada, lleva como ingrediente al Aperol.

Cabe aclarar que la costumbre de cortar vino con un chorro de agua es común a muchas culturas, pero en este caso se realizaba en el Véneto, hábito heredado durante la ocupación austríaca.

Pero el problema no pasa tanto por la combinación de Prosecco con agua gasificada, sino por el tercer ingrediente en discordia. ¿Por qué el autor de esta nota tiene reparos en acerca de este licor, seguramente se preguntará más de uno?

En contra del Aperol

En primer lugar, cabe aclarar que el Aperol, producto creado a en 1919 a base de genciana, quina, naranja amarga y ruibarbo, entre otras hierbas, no es Campari, amaro digno por demás; si bien los produce el mismo grupo, el Campari es más potente y amargo, mientras que el Aperol  es ofensivamente dulce.

Por otro lado, el Campari tiene más del doble de graduación alcohólica y un color rojo oscuro, muy atractivo, mientras que el Aperol es de un irritante rojo eléctrico, chillón, más artificial que un helado de frutilla de segunda marca, al punto que la botella exhibida en la trasera de un bar se asemeja a un fanal chino o a una lámpara de aceite, de esas que los niños usan para dormir.

Entonces, ¿a qué se debe que la gente elija como ingrediente esta especie de Campari pasteurizado simil Benadryl cuando puede elegir otro amaro como el Campari, sólo por citar uno?

Intuyo con pena que los que optan por tomar, por ejemplo, un Aperol Spritz, lo hacen porque es un trago esencialmente instagrameable, un mojón digital, un tiesto colorido, una suerte de ornamento que realza la foto vertical que se sube a la red social.

Pensé que mi opinión estaba huérfana ante la tendencia imperante, pero he aquí que googleando econtré que hay gente de la misma opinión; incluso un periodista de The New York Times critica al Aperol Spritz, a que considera una combinación de dudosa calidad.

Imagino (ojalá tenga una suerte), de comentaristas molestos por esta nota, acusándome de cerrado, ignorante o snob, o que en materia de gustos no hay nada escrito.

A esta última sentencia respondería con una frase del gran Julio Camba, periodista y gourmet de la primera mitad del siglo XX: “Cuando me dicen que sobre gustos no hay nada escrito, yo le contestaré que, por eso mismo, ya es hora de que se vaya escribiendo algo”.


Author: Lahitte

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