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Cómo es el primer bar tiki de Buenos Aires

Ambiente playero, tragos tropicales, comida para compartir y el pasaporte a una subcultura que tiene casi 100 años.

Acá no hay grandotes en la entrada ni contraseñas secretas ni bartenders de moño, gel y tiradores. Nada de eso. La puerta siempre está abierta y depende estrictamente de uno cruzar la frontera que te lleva de Villa Crespo a otro mundo. Un mundo que remite a playas lejanas, tragos de colores brillantes y veranos eternos, a lugares que solo son un estado en la mente. Eso es Oh’ No! Lulu, el primer bar tiki de Buenos Aires; en Argentina existe un antecedente, el Tiki Bar de nuestro Matías Merlo en Mar del Plata.

En lo que antes era un galpón, el bartender Ludovico de Biaggi montó la fantasía. La atmósfera es envolvente y ondea entre el rosa, el rojo y el violeta, las mesas y sillas son de ratán -como los ventiladores de techo- y la gran barra está cubierta de caña.

Este es un bar de emociones fuertes, no de sutilezas. Tantos los cócteles como la comida tienen mucho carácter”, comenta Ludovico, mientras prepara el Mai Tai, uno de los tragos icónicos de la cocteleria tiki, que se sostiene en tres notas con las que se van formando casi todos sus acordes: el ron, los cítricos y las especias (jengibre, clavo de olor, pimienta de Jamaica, estrella de anís, canela).

¿Pero cuáles son las raíces del tiki? Ludovico las resume así. “El tiki es una subcultura que arrancó en los años ‘30 con veteranos de guerra que habían viajado a lugares exóticos del Pacífico, como la Polinesia, y quisieron llevarlos a las ciudades. Crearon oasis en junglas de cemento. Pensá que antes no se podía viajar con tanta frecuencia. Donde más pegaron fue en California, en Los Ángeles y San Francisco”.

Casi 100 años después del nacimiento de estos bares temáticos, que fueron furor hasta los años 50 y que en Estados Unidos incluso dieron lugar a cadenas, el tiki vive un resurgir. Para Ludovico es parte de los ciclos propios de la coctelería. “Se agotó un poco el tema prohibición, del bartender que estaba muy impostado pasamos a relajarnos y a usar camisas floreadas, no hay nada más relajado que una playa”.

Por suerte no solo es bebida y escapismo, la comida también tiene un peso central. Uno de los platos que hay que pedir es la flor de cebolla, tan linda como rica, para mojar los gajos de cebolla en salsa.

Y si van de a varios, el pu pu platter, un clásico combinado hawaiano, que viene con croquetas de langostinos, tiernísimo pechito de cerdo laqueado, alitas de pollo y spring rolls. Aunque la indicación es para dos, pican varios. Entre los postres, la opción es el Banoffe pie, una reversión de la infalible banana con dulce de leche.

Aunque en la descripción parezcan sencillos, los tragos tiki son muy complejos, sobre todo porque muchos de los syropes y almíbares que llevan no se consiguen en la Argentina y hay que hacerlos de manera artesanal. El orgeat syrup (jarabe de almendras), el falernum o el pimiento gram son algunos.

No es un trago entonces para hacerse en casa. En Oh’ No! Lulu tienen una carta breve: ocho clásicos y cuatro de autor. Uno de los mas exitosos (échale la culpa a Instagram) es el Shark , que viene en mug con forma de tiburones, y combina distintos rones, bitters tropicales y ananá. Otros recomendados son el Zombie o el Pelotón con ginger beer y frambuesa.

No es casual la búsqueda de este proyecto. Oh’ No! Lulu es de un histórica dupla gastronómica porteña: Luis Morandi y Patricia Scheuer (madre de Ludovico), creadores de clásicos como Gran Bar Danzón y BASA.

Este tiki bar queda en Aráoz 1019, abre de martes a domingo desde las 17 y se manejan con sistemaautoservice, se paga en caja y se buscan la bebida y la comida cuando suena el biper.

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