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Bodegones de Boedo: gastronomía generosa y nostálgica

Te invitamos a recorrer un circuito de restaurants a pura cocina porteña.

Para quienes disfrutan de la cocina porteña bien tradicional de los bodegones, vale la pena que sepan que su origen se remonta a las antiguas pulperías, que fueron los primeros establecimientos de venta de bebidas y comidas de la Argentina del siglo XIX.

Lo que define al bodegón es la sensación de pertenencia a la ciudad que transmite a través de la abundancia y accesibilidad de su comida, de su ambiente y de la tipología de clientes que lo frecuenta. Es un lugar para todos. Sin excepciones”, afirma el periodista gastronómico Pietro Sorba en una obra sobre los bodegones porteños.

Pero si bien muchos restaurantes se han modernizado a medida que fue pasando el tiempo, todavía existen algunos bodegones donde pareciera que el tiempo no transcurre y que sigue inalterable tanto la atención como el estilo de sus platos. Dentro del circuito porteño de los bodegones, están los de Boedo, barrio que antaño se caracterizaba por su molinos y pulperías, además de los cafetines y el tango que vieron la luz entrado el siglo XX. Algunos de los imperdibles del barrio son:

#1. Rotisería Miramar. Esta es una de las mejores esquinas de la ciudad donde se hace culto a la cocina hispano argentina, generosa y abundante, con platos interesantes como las sardinas asadas que traen de Portugal, la tortilla bien babeuse, caracoles a la bordalesa y las ancas de rana de criadero cordobés. Los paneles de madera del salón encierran viejas fotos, afiches, jamones colgantes y numerosas botellas, lo que le da un aire de nostalgia único. Otro rasgo distintivo es la excelente atención de los mozos. Av. San Juan 1999.

#2. Pan y Teatro. Esta esquina, casi escondida, encierra uno de los secretos mejor guardados de Buenos Aires. Se trata de un solar que ocupa el terreno de una antigua verdulería perteneciente a la familia Marín, oriunda de Mendoza. Actualmente hacen cocina del terruño, con trazas caseras, familiares, una genuina gastronomía cuyana que sale de su horno de barro, como calabaza rellena de humita, grandes milanesas gratinadas y un pastel de papas proverbial. El salón tiene un aspecto telúrico, campestre; el mobiliario está compuesto por coloridos cuadros, mesas recias y aparadores sólidos. Años atrás supo tener una frondosa pérgola que abrazaba la casa, pero por reglamentaciones municipales se vieron obligados a sacarla. Las Casas esquina Muñiz.

#3. Spiagge di Napoli. Esta cantina no ha evolucionado desde 1926, el año en que Juan Ranieri la inauguró. Spiagge (que en italiano quiere decir “playa”) di Napoli es fiel a su espíritu original y afirma su identidad con manteles a cuadros, fotos antiguas y botellas de vino recorriendo las paredes, casi como una declaración de orgullo barrial. Actualmente, la casa está administrada por la cuarta generación y se especializa en la venta de pasta al peso. Por ejemplo, el ¼ kilo es para dos personas, el ½ kilo para cinco, los ¾ para seis y 1 kilo para ocho. En este caso, es la pasta, y no el comensal, la que se preocupa por la balanza. Entre las especialidades preparan los fusilli al fierrito (todas las noches), los sorrentinos rellenos de mozzarella y jamón o mozzarella y albahaca y la lasagna. También hay entradas típicas como la chambota (berenjena a la calabresa), pimientos asados, lengua a la vinagreta y croquetas de papa. Av. Independencia 3527.

#4. Martita. Otro de los íconos de la gastronomía porteña, la quintaesencia del bodegón familiar que lleva el nombre de la propietaria (que trabaja junto a su marido e hija). Lo más llamativo es que los platos, a diferencia de las pizarras de bistró, están pintados al filete sobre el cristal de la ventana. El salón está híper poblado así que conviene ir con mucho tiempo. Es que la casa tiene el espíritu del comfort food que hoy es materia escasa. Los buñuelos de verdura son sencillamente exquisitos; también hacen buenas empanadas santiagueñas, jugosas, fusilli al fierrito, milanesitas de mozzarella, langostinos pané y muchos más platos abundantes, ideales para compartir. Cochabamba 3700.

#5. Lo de Roque. “Almacén de pizzas y comidas”, así se define este viejo almacén que data de 1908 y que reabrió exitosamente como restaurant. El principal activo es que conserva la pátina del pasado, el ambiente de boliche donde el parroquiano pasaba las horas frente a un vermut. Y además es un clásico reducto “cuervo”, donde los hinchas de San Lorenzo suelen festejar victorias y consolarse en la derrota. Sirven especialidades pantagruélicas como el “alfajor Roque”, una torre de escalopes de lomo intercalada con fetas de panceta y queso, o el bife “Silvio”, un bife de chorizo que nada en crema, queso roquefort, aceitunas negras, rúcula y queso rallado. Una bomba. Y, hablando de bombas, el volcán para el postre también es explosivo. Inclán 3999.

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