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Tofu, secretos de un alimento tan amado como odiado

Sus críticos dicen que comerlo es como morder una esponja. Sus defensores, que hay que saberlo cocinar y condimentar.

Tofu. ¿Cuántas veces vio uno este ingrediente en la carta de un restaurant asiático? “Es una especie de queso oriental”, suelen decir los camareros. Pero el tofu lejos está de ser un queso, aunque la textura engañe al comensal.

Porque se trata de un derivado de un producto que los argentinos conocen bien porque se hace cuajando leche de soja fresca, presionándola en un bloque sólido y luego enfriándola. Sí, en ese aspecto también es similar al queso. El suero se desecha y la cuajada se presiona para formar una pasta.

La leyenda dice que fue descubierto en China hace unos 2.000 años por un cocinero al que accidentalmente se le cuajó la leche de soja. De hecho, su nombre antiguo chino “tou-fu” significa poroto fermentado.

Durante el siglo VIII fue introducido en Japón, producto al que llamaron okabe, aunque el primigenio nombre “tofu” no entró en uso hasta el año 1400. Alrededor de la década de 1960, el interés por la alimentación saludable llevó el tofu a pisar las costas de Occidente, aunque sigue siendo un ingrediente básico en la cocina tailandesa y china, con la ventaja de que se puede cocinar de diferentes maneras, ya que tiene una textura “maleable”.

El problema es que, así como hay gente que lo ama, otros lo detestan. Hay prejuiciosos que dicen que es cosa de veganos y hippies (para desmentirlo, valga decir que al mismísimo Benjamin Franklin le encantaba), o que es blando e insípido, “como morder una esponja” (falso, ya que es muy fácil de sazonar y se lo puede cocer con diferentes técnicas y texturas).

Además, está considerado una buena fuente de proteínas y contiene nueve aminoácidos esenciales. También es una valiosa fuente de hierro y calcio, y cuenta con minerales como manganeso, fósforo, magnesio, cobre, zinc y vitamina B1.

¿Alguna vez probaste tofu?

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