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Pescado, guanacos e insectos: así comían los querandíes, antiguos habitantes de lo que hoy es la ciudad de Buenos Aires

Breve pero más que interesante acercamiento a la dieta de los viejos pobladores de la capital argentina.

Bifacho, pizza, ravioles, chori… Estos términos son moneda corriente para el porteño promedio, asociados a la dieta de los habitantes del Plata. Pero no siempre fue así.

Porque la historia de la alimentación en América en general, y de Buenos Aires en particular, es anterior a la llegada de los europeos y sus costumbres culinarias. Y, a diferencia de otras civilizaciones americanas, en las pampas no hubo grandes ciudades ni los desarrollados cultivos que se podían encontrar en buena parte del continente, en especial en la región andina, como camote y papa.

De hecho, el territorio aledaño al Río de la Plata era, según palabras de la investigadora gastronómica Margarita Elichondo, “un paisaje desprovisto de plantaciones, de árboles y de ganado, tan sólo se distinguían siluetas de gamas y de avestruces. De cardos ríspidos y de peces que poblaban los ríos se nutrieron quienes llegaron a conquistar las riquezas”. Es, definitivamente, un panorama muy diferente al actual, aunque estas condiciones relativamente hostiles impidieron que hubiera pueblos numerosos que aprovecharan y vivieran en ese hábitat.

Respecto del Río de la Plata, los primeros hombres llegaron en grupos de 25 a 50 individuos hace aproximadamente 9.000 años, a una zona inhóspita y poblada de altos pastizales, y con sus precarias herramientas líticas cazaban guanacos y otros pequeños vertebrados.

Según los antropólogos Marcelo Álvarez y Luisa Pinotti, “a la llegada de los españoles vivían, al oeste del Río de la Plata, los querandíes (…), cazadores de venados, pescadores y recolectores”. El nombre Querandí les viene dado por los guaraníes, que los denominaban “comedores de grasa” (quira, en guaraní, significa grasa), porque en la temporada de verano pescaban sábalos y les quitaban la capa de grasa, que luego secaban y molían.

Además, se proveían de otro tipo de harina “exótica”, ya que cuando las langostas arreciaban los campos pampeanos, los aborígenes prendían fuego a los pastizales, de manera que el voraz insecto era cocinado por el fuego. Posteriormente los recolectaban, molían y finalmente realizaban una pasta que comían con mucho beneplácito.

También capturaban y consumían una especie de caracoles gigantes de río llamados ampuláridos, comunes en los grandes afluentes sudamericanos. Quizás suene extraño para el porteño contemporáneo, pero en ese entonces no existía ganado vacuno, el cual recién llegó de Europa con los españoles.

Definitivamente era una dieta muy diferente a la de los bodegones y hogares porteños de hoy en día…

¿Habías escuchado hablar de los querandíes?

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