¿Es un bodegón? No, definitivamente no lo es. ¿Es un restaurant? Tampoco encuadra en la definición clásica de restaurant. Es que Albamonte tiene adn de restaurant, bodegón, cantina y pizzería, un auténtico híbrido gastronómico pero paradójicamente con una identidad definida, aunque imposible de clasificar.
Albamonte es un espejo de esa Buenos Aires generosa, hija de la inmigración, donde los recién llegados podían plasmar los sueños postergados. La abundancia, los platos caseros, pletóricos, bien hechos y con ingredientes de calidad son las características salientes de este clásico que supo ponerle el cuerpo a los caprichos de la moda. Esa sencilla pero a la vez compleja fórmula alcanza para mantener cautivas a tres (e incluso cuatro) generaciones de clientes, que hechizados por los aromas de la cocina, concurren con sorprendente regularidad.
Pero el éxito y la longevidad del lugar, fundado en 1958, no sólo se explica por la cocina pura y dura, sino por la cordialidad de propietarios y mozos. El factótum de la casa es don Antonio Ianonne, nacido en Salerno, pasó toda su vida como gastronómico y, siendo muy joven, él y sus colegas perdieron sus trabajos en el restaurant donde trabajaban.
Es así como los desempleados dieron un salto de fe, fundaron el nuevo negocio y se transformaron en cuentapropistas. Hoy, don Antonio, con sus 84 años, sigue siendo la piedra angular de Albamonte. A el lo secunda María Inés, su mujer, y Sergio, el único hijo del matrimonio, de 46 años, que supo aportar una mirada más fresca el negocio sin que por ello pierda su esencia.
A la familia se suma el personal de salón y cocina, cuyo desempeño va más allá del deber, y donde los clientes más rancios son auténticos amigos. Es que en Albamonte todo indica que uno debe descontracturarse, bajar las defensas y entregarse en manos de estos sabios camareros que peinan canas.
En la carta no hay espacio para el cilantro, el kimchi ni ninguna de las novedades trendy que periódicamente sacuden la estantería de la gastronomía local. Ellos siguen fieles a la fusión, pero no a la nikkei, sino a la fusión nacida en los conventillos, aquella que generó la pizza de molde, los bifes a la criolla, el pastel de papas y las milanesas a la napolitana.
Cucinare conversó con María Inés, que cuenta cuáles son los platos más emblemáticos de la carta. “Nuestros clientes suelen pedir los rigattone alla scarparo, o a la príncipe de Napoli (que llevan jamón, pollo, salsa de tomate y se gratinan con muzzarella; la pasta fresca es fatta in casa). Pero además eligen platos como el pollo a la calabresa a la provenzal, paella, arroz con mariscos y calamaretti”, afirma la restauradora.
En palabras de Pietro Sorba, un experto en la materia, “para mí (los Ianonne) son grandes trabajadores que hicieron un trabajo de gran coherencia. Me conmueve la presencia del matrimonio fundador al lado del hijo. Logran mantener la calidad de sus platos dentro de la idea de la cantina porteña. Es un lugar donde me gusta ir a comer y que adoro recomendar. Es fantástica la composición del público/clientes que incluye dos y tres generaciones unidas por el sabor de la tradición y del gusto porteño”.
Para cerrar, María Inés respondió la pregunta acerca de por qué siguen vigentes después de tantas décadas, y ella lo atribuyó a “la calidad de los productos con las que se elaboramos las comidas. Porque es fundamental mantener la calidad del producto. Nunca transigimos en eso y tenemos proveedores confiables de muchísimos años. Además, el personal de cocina no es improvisado y está formado bajo este techo”, concluye la propietaria.
¿Conocés Albamonte?
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